Publicado en Clarín 3/4/2017
El gobierno de CAMBIEMOS tiene cuatro restricciones fundamentales. En primer lugar, la caótica economía heredada; en segundo lugar, la debilidad de no contar con mayoría en ambas Cámaras del Congreso; tercero, la actitud reticente del empresariado en general a inversiones significativas. Por último, la que considero mas relevante: la tradicional vivacidad de la lucha distributiva argentina agudizada en el contexto democrático. Veamos,
Una dictadura militar no hubiera vacilado en resolver el desorden económico heredado realizando severos ajustes en la macroeconomía. El Congreso estaría clausurado y los empresarios confiarían en la capacidad del gobierno en mantener una “atmosfera favorable a los negocios” mientras que el clima represivo mantendría a raya la conflictividad social. Claro que en el largo plazo y a diferencia de Brasil y Chile, la alianza entre sectores populares y clases medias terminaron derrotando a las dictaduras nativas ilustrando la alta capacidad de resistencia y conflicto que genera la sociedad argentina.
Pero en democracia las cosas son mas complicadas. Los tiempos para indicar con claridad que los problemas heredados van camino a resolverse parecen ser mas largos que los que existen entre momentos electorales y encontramos una sociedad arisca a que se le hable de esfuerzos o austeridad y que comienza a impacientarse por las demoras en percibir la mejoría deseada; después de todo y a diferencia de la hiper de los 90 y del estallido de la convertibilidad, el país kirchnerista pisó el abismo pero no cayó en él y la población en general no está obligada a entender las restricciones de la macroeconomía. Ello genera tensiones sociales crecientes coincidentes con elecciones parlamentarias que tradicionalmente no son muy favorables a los oficialismos y constituyen una oportunidad de enviar señales de disconformidad a quien gobierna pudiendo constituir un probable acelerador de la reunificación opositora peronista.
Este panorama impacta en quienes disponen la capacidad de inversión productiva y generación de empleos y arroja dudas sobre la capacidad gubernamental para terminar de resolver los grandes pendientes de la macroeconomía: la inflación y el déficit fiscal. En este contexto, es entendible que quienes deberían hacer un esfuerzo importante de inversión prefieran un “paremos y veamos” antes que apostar a un gobierno cuyo futuro no está claro. El resultado es una notoria abstinencia de inversiones productivas, salvo las agrarias que por naturaleza son fundamentalmente de corto plazo. Así “No confían que puedo y por ende no puedo porque no confían”. Ello sumado a un Congreso que el gobierno no controla y que obliga a difíciles y caras negociaciones con la oposición.
Círculo vicioso creador de una situación que los brasileños definirían como: “Si fico, o bicho come. Si corro, o bicho pega”. Traducido, corra o me quede quieto el bicho me va a atrapar y comer.
Hay elementos que podrían limitar estas restricciones. Primero, la continuidad de la fragmentación del peronismo, pero nadie puede garantizarlo. Segundo, una mejora sensible de los resultados inflacionarios y de control fiscal y que a su vez genere un movimiento económico apreciable por el público. No es imposible, pero tampoco muy probable en el escaso medio año que distan hasta las elecciones y difícilmente las positivas perspectivas agrícolas sea suficientes para cambio de clima. Tercero, utilizar el endeudamiento como motor de la recuperación a través de la inversión pública y el incentivo al consumo. Puede ser, pero habrá que ver si las decisiones que se tomen y su ejecución permite el cambio de clima en un periodo tan corto como medio año y ciertamente pueden incidir negativamente en la reducción del déficit fiscal y la inflación.
Una ciudadanía insatisfecha y demandante por un lado y un frágil desarrollo capitalista por el otro, constituyen un dilema difícil de resolver para la sociedad argentina
Deja una respuesta