Publicado en La Nación 21/09/2024
Parados en las vísperas de la elección de octubre pasado, en un contexto crítico de la economía, aparecía como probable una opción signada por la continuidad del gobierno kirchnerista, otra vez liderado por un candidato no perteneciente al núcleo íntimo de su lideresa, y por una candidata propuesta a llevar el PRO y sus aliados a una nueva versión del gobierno terminado en 2019. Había una tercera opción, aunque no se le atribuía probabilidad de alzarse con el triunfo; pero lo inesperado pasó y así lo improbable pasó a la segunda vuelta y la ganó.
De haber la ciudadanía optado por un nuevo gobierno kirchnerista, el escenario de profunda crisis ocasionado lo habría conducido a realizar un ajuste feroz o a una fuerte radicalización. Nadie pensaba ya, que el gradualismo constituyera el camino y dada la conformación del espacio político, era extremadamente difícil de imaginar un giro de 180 grados; por ello, lo segundo era lo más lógico: ir en la dirección de Venezuela.
Cambiemos, que ya había experimentado el gradualismo en su anterior gobierno, se mostraba dispuesto a abandonarlo esta vez. Pero ello solo podría hacerse con una amplia victoria electoral que permitiera una mayoría legislativa que respaldase el desagradable trabajo a realizar y seguramente teniendo que enfrentar a una sociedad que difícilmente toleraría los dolores del ajuste.
Nada de lo anterior aconteció. Aquella tercera fórmula, a la que muy pocos apostaban, se encaramó en el poder y comenzó a ejecutar parte de lo prometido en su campaña: ni venta de órganos, ni privatización de calles, ni eliminación del Banco Central, ni dolarización; el equilibrio fiscal y el combate a la inflación fueron los pocos, pero centrales, que quedaron en pie para tornarse el norte de la política.
Y así se embarcó en un feroz ajuste de gastos como había prometido frente a una sociedad, oh sorpresa, que aceptó mansamente el ricino recetado por el sorprendente nuevo médico que la convenció que la persistencia de la enfermedad que padecía era responsabilidad de los galenos anteriores, que él tenía la receta necesaria, que iba a doler un tiempo pero para conducirla a ser “great again”.
Para que esto fuera posible dos deberes se imponían: ordenar la desquiciada macroeconomía y lograr crecimiento económico. ¿En qué punto estamos?
Se avanzó notablemente en la reducción de la inflación y en obtener equilibrio fiscal aunque el trabajo de ordenar la macro no está concluido: la inflación es aún alta y el positivo balance de las cuentas públicas no puede evaluarse todavía como sostenible. Pero hay otro tema a resolver y es la dificultad del país para obtener las divisas que precisa para apuntalar el crecimiento y cumplir sus obligaciones. No solucionar adecuadamente este tema puede impactar nuevamente en la inflación y con ello aparejar decepción y una consiguiente caída en la paciencia ciudadana frente a un nuevo médico cuya dolorosa receta deja de parecer suficientemente efectiva. La no resolución de estas trabas a la obtención del equilibro, podría conducir a un mal desempeño en las elecciones de medio término y entonces, ¿otra vez sopa? Pero seamos optimistas y asumamos que dicho ordenamiento se logra en un plazo no muy lejano. El primer deber estaría cumplido y hay que pasar el segundo
La puesta a punto de la macro es una muy buena noticia para quienes deben tener a su cargo las inversiones que motoricen una etapa de crecimiento sostenido. ¿Pero depende solo de esto las lluvias de inversiones? Para nada, otro ingrediente tan importante como una economía ordenada es la confianza en la estabilidad del camino elegido, es decir en la gobernabilidad y aquí la política entra en escena.
Un gobierno con un tercio de votos propios, otro tercio prestado, con un puñadito de legisladores, sin gobernadores ni intendentes no es fácil que gane la apuesta a la confianza. Tuvo en sus comienzos la posibilidad de constituir una coalición amplia, pero juzgó redituable enfrentar también a quienes podrían haber sido sus aliados. El enfoque aún continúa vigente aunque le implique problemas crecientes con quien dicta las leyes, espacio en el que solo posee una muy pequeña y deshilachada porción.
El resultado es una enorme dificultad para contar con los instrumentos legales que precisa para el cambio que propone y crecientes derrotas legislativas en porcentajes que pueden dejar aun sin efecto vetos presidenciales o iniciar juicios políticos.
En la coyuntura, entonces dos caminos están abiertos: persistir en el aislamiento político que deberá resolverse con mayor radicalización de signo contrario a la kirchnerista y enfrentamientos que tensionen aún más la democracia argentina, o con una comprensión de la necesidad imperiosa de un gobierno mucho más amplio. No le doy mucha chance al crecimiento si se escoge el primer camino, pero bastante si se transita hacia el segundo.