Publicado en Clarín 19/10/2016
La pobreza es una insuficiencia de consumo de ciertos bienes y servicios. Pero es extremadamente dificil y costoso conocer el consumo de las personas: supone aplicar encuestas complejas y dedicar mucho tiempo a la observación del comportamiento de las personas, lo que además constituye una invasión de privacidad. Por ello, la dificultad y el costo de medir consumos ha empujado al uso de un método indirecto: en vez de mirar que consumen las personas, se pregunta cuanto ellas ganan. Así el indicador más simple y por ende mas frecuentemente utilizado para medir pobreza es identificar cuantas personas ganan menos de un cierto ingreso, la denominada “línea de pobreza”, que se supone constituye el mínimo necesario para adquirir los bienes alimentarios y no alimentarios que permiten una vida aceptable.
Hay que ser conscientes, no obstante que se trata de un indicador extremadamente pobre para medir pobreza. Así una persona que posee el ingreso suficiente para traspasar modestos umbrales monetarios no será considerada pobre aunque viva hacinada en un tugurio, sus hijos no alcancen una educación secundaria completa, no posean acceso a servicios de salud o estos sean de pésima calidad, y lleve ya un largo tiempo en trabajos precarios, mal remunerados y sin protección social alguna. Por el contrario, un desempleado que esté temporariamente desprovisto de ingreso, pero contando con un cierto patrimonio y un adecuado nivel educativo, será un pobre para este indicador aunque en verdad no se le pueda calificar de tal a menos que la falta de ingreso se extienda por un tiempo tal que todo su patrimonio quede comprometido.
La cosa se torna mucho mas problemática aun cuando se trata no de diagnosticar la pobreza sino de erradicarla. En principio parecería que no debería ser muy dificil. Se trataría de entregar a los pobres el dinero que precisan para dejar de serlo. Con una linea de pobreza de $4000 por individuo (adulto equivalente) y 8,8 millones pobres que precisan en promedio unos $1500 para alcanzar dicha línea según se deprende de la información reciente del INDEC, con alrededor de 2% del PIB argentino tendríamos Pobreza Cero. Esto no debería ser un obstaculo en un pais que gasta 25% del PBI en políticas sociales y por lo tanto no alcanzar dicha meta con cierta prontitud se debería a la falta de voluntad y/o capacidad del gobierno para obtener ese logro.
Pero no es tan facil. Los censos y encuestas de hogares nos dicen cuantos son los pobres y no quienes son. Y como no sabemos el dinero que la gente tiene en su bolsillo dada la inmensa informalidad laboral del pais, solo cuando Gran Hermano pueda llegar a la billetera de cada individuo para determinar su contenido, tendremos la posibilidad de otorgar el dinero que precisa el pobre para salir de su condición.
La cuestión se nos complica mas aun si entendemos la pobreza como privación de ciertos consumos que se consideran básicos para una vida propiamente humana; una alimentación que reúna los requisitos calóricos y proteicos necesarios para la vida; un lugar no precario para habitar que constituya el ámbito íntimo y el refugio frente a las inclemencias del tiempo; educación y atención a la salud de calidad; acceso a agua potable y saneamiento básico; enseres y mobiliarios; fuentes de energía que permitan preparar los alimentos y dotar de calefacción e iluminación al hogar; vestimenta y calzado; transporte; acceso a canales de información y comunicación; recreación.
En este caso, la tarea es mucho mas ardua ya que no se trata solo de poner plata en el bolsillo de la gente correcta, sino una puesta en punto de los servicios públicos para brindar respuestas de calidad a la necesidades humanas básicas.
Hasta que todos nuestros habitantes no dispongan del acceso a estos bienes y servicios, no hay Pobreza Cero y por lo tanto descanso para la acción del gobierno. Sería muy conveniente que en el futuro quienes nos gobiernan sea mas cuidadosos cuando plantean metas muy seductoras para el marketing político pero de realización extremadamente compleja.
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