Publicado en Clarín 31/8/2018
El espectáculo de una gigantesca corrupción expuesto a partir de la aparición de “los cuadernos” es una de las mayores expresiones de la difundida transgresión de la ley que afecta a la sociedad argentina y que llega, además de sectores altos del poder político y económico, a amplios sectores de la sociedad expresándose en aspectos tan básicos como la violación de normas de tránsito por parte de una significativa proporción de conductores, la venalidad de agentes aduaneros o a la connivencia entre administradores de edificios y los gremios para incrementar indebidamente el precio de los servicios que prestan. En términos académicos se trata de la Anomia, concepto desarrollado por uno de los padres de la sociología, Emilio Durkheim, y utilizado por Carlos Nino para analizar el caso argentino. A partir del diagnóstico presentado en su trabajo “Un País al Margen de la Ley”, intenté en mi artículo “Anomia Social y Anemia Estatal” indagar sobre las causas. Así propuse que la debilidad del Estado para ejercer sus funciones de regulación y control (fiscalización) y de la Justicia para sancionar las transgresiones (impunidad) eran causas centrales de nuestro anómico comportamiento.
Pero ello no bastaba para explicar por qué habiendo otras sociedades que presentan esta debilidad estatal, la anomia no estaba en ellas generalizada. Por esta razón sugerí que había otra causa significativa y esta era la existencia de elites transgresoras que exhibían sin pudor la falta de respeto por la ley en un contexto de una sociedad muy participativa, consciente de derechos y fuertemente organizada. Así frente a la arbitrariedad de los de “arriba”, la ley era visualizada no como el instrumento que permite la existencia de una vida social civilizada, sino como la voluntad de aquellos, impuesta sobre los de “abajo”, frente a la cual estos tienen el derecho a rebelarse. En otros términos, el ejemplo poco edificante de liderazgos sociales y políticos en relación al cumplimiento de normas legales y éticas que el país ha experimentado en varios periodos no es una causa menor en la explicación de la aversión que sectores amplios de la población expresa hacia el cumplimiento de las reglas de cualquier tipo. Este mal ejemplo va desde forzar reformas constitucionales solo para satisfacer intereses reeleccionarios, la recurrencia sistemática a moratorias impositivas en beneficio de evasores y hasta un ex-presidente considerando una picardía conducir un automóvil por el centro de la capital a velocidades superiores a las permitidas; clara expresión que sectores de poder no tienen mayor preocupación en mostrar que la ley no importa demasiado o es solo un instrumento del propio interés.
De esta forma se allana el camino para que la transgresión y el delito no sean reconocidos como tales y aún justificados o rotulados de «avivada». Seguramente algunas de nuestras leyes adolecen de serias deficiencias, pero cuando se borran las fronteras entre «avivada» y delito, una sociedad se encuentra en serios aprietos. La desvalorización de la norma acaba sirviendo de fundamento para una especie de «todo vale» en la conducta social. De esta forma, aun cuando se fortalecieran los mecanismos de control y sanción estatal para combatir las transgresiones de la gente común, ello no tendría demasiado impacto a menos que la impunidad dejara de beneficiar al comportamiento transgresor o delictivo de las elites.
De aquí la importancia crucial que el affaire de los cuadernos tiene para el futuro de la sociedad argentina y la reversión de su comportamiento anómico. Estamos ante un gran oportunidad: la revelación de la gigantesca trama de corrupción y el ejemplar castigo a sus actores públicos y privados puede constituirse en el gran precedente para que la sociedad vea que el que “las hace, las paga” sin importar el nivel de encumbramiento social. Por el contrario, si luego de la ebullición, el fuego se va apagando hasta desaparecer y los responsables sortean el castigo, la frustración ciudadana no hará mas que ahondarse en proporción a la magnitud del fenómeno de corrupción impune y la justificación de “si los de arriba lo hacen, yo también” no hará sino ahondar la selva que supimos conseguir.
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