Publicado en Clarín 1/10/2023
Las PASO anunciaron que un porcentaje no despreciable de los votantes fueron atraídos por un llamado a sancionar a la dirigencia política tanto oficialista como opositora y llevar a cabo una reforma económica profunda de carácter antiestatista. Estos elementos no son novedosos en estos parajes ya que estuvieron presentes en dos dictaturas militares, las de Juan Carlos Onganía y de Augusto Pinochet. Veamos
La “Revolución Argentina” del general Onganía vino a acabar con los “corruptos” partidos políticos, prohibiendo su existencia y actividad; terminó en un rotundo fracaso y dio lugar a la vuelta de la “casta”. El golpe militar de Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende fue realizado para abortar el camino a un socialismo con democracia e implementar drásticas medidas económicas de naturaleza liberal.
Así, en forma curiosa se mezclan en nuestro presente los temas principales de las dos dictaduras militares y además surge en un tiempo que coincide con otro desastroso gobierno peronista, el de Isabel Martínez de Perón que acabó en la sangrienta dictadura militar de Videla y compañía; la inexistencia de encuestas de opinión en aquellos tiempos no permite saber con alguna precisión que porción de la población demandaba en 1976 que los militares de hicieran cargo del gobierno pero con seguridad, y como en el presente, un cambio drástico atraía a un alto contingente de ciudadanos.
Volvamos entonces al tiempo presente y proyectemos escenarios.
Respecto al desmantelamiento estatal las dictaduras argentinas hicieron bastante poco así que no son referencia en este aspecto. Por el contrario, el gobierno de Pinochet es un claro inspirador para los lideres de la revuelta liberal autóctona: privatizaciones, vouchers escolares, medicina paga, jubilaciones privadas, etc. Hay sin embargo algunas diferencias: la dictadura de Pinochet llevó adelante las reformas con férreo comando de las fuerzas armadas. Además, fue más tibio que nuestros libertarios: no se animó a proponer la venta de órganos, la portación de armas o la privatización de las calles.
Por otra parte y a diferencia de la reforma liberal de Menen en los 90, esta vez no hay mucha empresa pública a privatizar (joyas de la abuela) ni gobiernos y entes financieros dispuestos a prestar dinero como sucedió en los tiempos del romance Bush-Menem en el cual el caudillo riojano se convirtió en el discípulo dilecto de las políticas impulsadas por Reagan y Thatcher.
Entonces, hoy nos encontramos con el deseo de llevar adelante la propuesta económica de la dictadura pinochetista, pero esta vez en democracia, es decir con pleno funcionamiento de las garantías constitucionales. Y además, sin fuentes de financiamiento visibles para encarar el necesario reordenamiento económico que demandará el descalabro económico ocasionado por el kirchnerismo. Menuda tareíta, ¿no? Y para no repetir una muy gráfica imagen de amplia circulación, ¿están invitando a un asado en el que no hay carne ni parrilla?
Ahora, respecto al segundo tema, el de acabar con la dirigencia política, Pinochet (como Bolsonaro) tuvo el soporte de las fuerzas armadas. Menem (como Trump) el respaldo de un partido muy fuerte. No se ve en el caso presente algo equivalente. Expulsar a la dirigencia tradicional y hacer profundas reformas neoliberales sin fuerzas armadas ni una sólida fuerza política que lo respalde, parece broma de mal gusto.
Por ello no sería de extrañar que de iniciarse un camino de esta naturaleza, su viabilidad dependa de fuerzas tradicionales que den el apoyo necesario. Mientras continuemos siendo una democracia, dicho apoyo provendrá de las cuestionadas dirigencias tradicionales. En este aspecto ya se observan señales. Dirigentes sindicales y ex-funcionarios menemistas a los que se les ha levantado la excomunión podría representar solo el comienzo de un éxodo del actual oficialismo hacia la nueva etapa. ¿Una vez más la mayor parte del peronismo se pondría la máscara liberal? Siendo una fuerza que tiene enormes dificultades para sobrevivir fuera del Estado no sería para nada sorprendente un giro de esta naturaleza. Ya lo hizo en el pasado. ¿Se sumará alguna porción de Juntos por el Cambio? ¿Se constituirá una fuerza política nueva capaz de llevar adelante exitosamente dicha empresa? Interrogantes abiertos
En cualquier caso, la tarea de construir una nueva fuerza potente no será un proceso ni corto ni simple. Pero sin un poder considerable será imposible cumplir las promesas en el corto plazo y dejaran expectativas frustradas y un cuerpo social más dañado aún. Se debe tener en cuenta que quienes reclaman esta nueva dirección no son precisamente pacientes ciudadanos, sino que querrán resultados a la brevedad antes de volver a descargar su ira contra el gobierno de turno como sucedió en el pasado.
Y a partir de allí habría que arremangarse. Puede ser que el gran cambio de época no sea ahora sino a partir de las cenizas de lo que viene
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