Publicado en LA NACION 29/8/2025
Los próximos comicios serán un nuevo paso en la redefinición que atraviesa el sistema político argentino. No es posible predecir el futuro —verdad de Perogrullo—, pero diseñar escenarios probables y reflexionar sobre sus consecuencias constituye un ejercicio intelectual útil para afrontar lo venidero con menor sorpresa. Claro está: el ejercicio resulta más valioso cuando se apoya en información sólida y en un análisis que otorgue razonabilidad al escenario proyectado.
Desde hace años, las encuestas enfrentan serias dificultades para anticipar resultados. A mi juicio, solo merecen cierta atención aquellas realizadas en la semana previa a la elección. No se trata tanto de la impericia de los encuestadores como de la volatilidad del electorado, lo que reduce su confiabilidad.
Para ilustrar un escenario probable, tomaré como laboratorio el distrito de la Ciudad de Buenos Aires, donde contamos con resultados comparables de 2023 y 2025. En 2023, La Libertad Avanza obtuvo un 14% en la elección para jefe de gobierno (Ramiro Marra) y un 20% en la presidencial de primera vuelta (Javier Milei). En el ballotage de ese mismo año, el actual presidente alcanzó el 57% en el distrito. Dos años más tarde, en 2025, el candidato oficialista Manuel Adorni obtuvo el 30%, mientras que los herederos de Juntos por el Cambio —Silvia Lospenato y Horacio Rodríguez Larreta— reunieron un 24%. El crecimiento de LLA en este período fue innegable: espectacular en 2023, al saltar del 20% en primera vuelta al 57% en el ballotage, y luego significativo en 2025, al alcanzar un 30% con Manuel Adorni frente a los porcentajes iniciales de Milei y Marra.
En estos casi dos años, el gobierno nacional logró avances notables en materia macroeconómica: una fuerte caída de la inflación, relativa estabilidad del dólar y un equilibrio fiscal sostenido, aunque quedó pendiente el fortalecimiento de las reservas internacionales. Surge entonces una pregunta central: ¿por qué, después de haber alcanzado el presidente un 57% en el ballotage y de mostrar una gestión económica meritoria, el candidato oficialista en 2025 (Manuel Adorni) obtuvo el 30%, cediendo buena parte de esa diferencia a los herederos de Juntos por el Cambio? En otras palabras: ¿por qué el respaldo electoral no fue más contundente?
Varias razones pueden explicar este fenómeno. En el ballotage de 2023, muchos votantes de Juntos por el Cambio optaron por Milei más por temor que por adhesión, eligiendo lo que consideraban el mal menor. El 24% de apoyo a JXC en 2025 refleja en gran medida un rechazo hacia LLA, motivado sobre todo por las formas agresivas y vulgares de la comunicación presidencial, incluido el maltrato a quienes se mostraron dispuestos a colaborar mostrando una incapacidad del oficialismo para articular una alianza amplia que genere mayor gobernabilidad y confianza en el futuro. A ello hay que sumar las consecuencias que puedan aparejar las múltiples derrotas sufridas por el gobierno en el Congreso, en buena medida debidas a las formas como se cerraron alianzas y listas para las próximas elecciones. Y por supuesto el proceso que puede disparar las declaraciones de un exfuncionario público sobre la integridad de importantes miembros del gobierno. Estamos en tiempos muy prolíficos para la aparición de cisnes negros.
La existencia de un electorado de CABA que no apoyó al candidato libertario ni al del peronismo, puede estar expresando la conformación en el país de una base refractaria a apoyar al oficialismo, lo que abre espacio a la posible emergencia de un tercer conjunto de actores políticos relevantes, o inclinada a la abstención electoral.
Existen, además, dos factores adicionales que podrían perjudicar al oficialismo. En primer lugar, el voto de jubilados y pensionados, un segmento decisivo del padrón. La insistencia en sostener a toda costa el superávit fiscal, con gestos de extrema dureza y sin señales claras de empatía hacia ellos, puede volverse un serio obstáculo electoral. En segundo lugar, las elecciones legislativas suelen ser percibidas como menos trascendentes que las ejecutivas y, por ello, propicias para que el electorado “zamarree” al gobierno y le marque su descontento en ciertos aspectos.
Tanto un crecimiento de terceras fuerzas como una alta abstención expresarían descontento con el rumbo actual. Ello no constituiría el mejor escenario para la segunda mitad del mandato, cuando la confianza será clave para impulsar el demorado y necesario proceso de inversiones que el país requiere. Sin embargo, este mismo malestar puede ser un arma de doble filo: podría generar un nuevo período de inestabilidad, pero también abrir la puerta a replanteos que permitan consolidar los logros alcanzados.
¿Hay escenarios alternativos que no provengan de las problemáticas encuestas? Sin dudas, y lo interesante es examinar el razonamiento del que surgen.
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