Vocación por conocer; pasión por transformar.

El Rugby de los Argentinos

Publicado en Diario Perfil 30/9/2012

Desde los últimos campeonatos mundiales, el rugby ha generado en nuestro país la atención de un número creciente de seguidores, yo entre ellos. Una de las cosas llamativas de este deporte donde los golpes y los roces son tan intensos que difícilmente un partido termine sin lesionados, es observar a verdaderas moles humanas acatar sin chistar las decisiones de los jueces; a veces se producen algunos empujones pero difícilmente llegan a mayores.

¿Por qué  el árbitro es siempre respetado? En primer lugar porque este deporte desarrolló la cultura de que las normas deben ser estrictamente cumplidas y las decisiones del juez, aun equivocadas, deben ser respetadas a rajatabla. En segundo lugar, porque violarlas implica normalmente debilitar las posibilidades de triunfo del equipo que transgrede y además porque las penalidades se tornan muy severas cuando se trata de conductas antideportivas. En tercer lugar, la imparcialidad y profesionalidad del árbitro  se dan por descontadas.

Pero imaginemos un partido de rugby con jugadores poco acostumbrados a tener en cuenta las reglas de juego y sin árbitros capaces de hacerlas cumplir. Podríamos encontrar por ejemplo a dos o tres jugadores machacando la cabeza de un adversario para arrebatarle la pelota ante un juez desinteresado en frenar la brutal agresión o jugadores reclamando un “try” (el equivalente al gol en términos futbolísticos) cuando se les ocurriera, no cuando las reglas dicen que hay que hacerlo, y esto siendo convalidado por el árbitro. También, un jugador podría ser perdonado por haber cometido una falta grave sobre otro, bajo el argumento de “estaba bajo emoción violenta”.  Y por último, el árbitro podría rehusarse a sancionar al jugador que retiene la pelota por el eventual efecto “victimizador” de la sanción.

No es difícil prever que estos comportamientos podrían generar un clima poco caballeresco y que finalmente nuestro partido terminaría a medida que fueran pasando los minutos, en una guerra  de todos contra todos (léase: anarquía).

La conducta social en la Argentina tiene un parecido notable con este rugby imaginario. Gente obligada a viajar como animales, pobres que pagan enormes cifras por el gas en garrafa que consumen, violencia delictiva que predomina en todas partes pero especialmente en las barriadas populares, conducta filo-homicida de muchos automovilistas y choferes del transporte colectivo automotor, incivilidad de muchos propietarios de mascotas, “arrebatos”, “salideras” y “entraderas” en auge,  política concebida como guerra y no como competencia, cortes de rutas y calles,  violencia salvaje en los enfrentamientos de las mafias futbolísticas, etc.

Obviamente en este hipotético partido, las reglas de juego prácticamente no existen dando lugar a que los  golpes y roces de todo tipo predominen en el comportamiento cotidiano. En la experiencia argentina, nuestro árbitro (el Estado) es indolente y/o incapaz de hacer cumplir las normas refiéranse al tránsito, al delito simple o complejo contra las personas o la propiedad, al cuidado del medio-ambiente, a la defensa de los derechos de los consumidores o a la calidad con que deben ser brindados los servicios públicos como el transporte, la atención a la salud y la educación que brindan tanto el sector público como el privado. Las fuerzas de seguridad no han sido reconvertidas para afianzar una sociedad civilizada sino que se las previene de actuar por temor a que maten y ello concluye en pasividad frente a las transgresiones de la ley. Y la justicia no llega, llega tarde y cuando llega lo hace castigando solo a un extremadamente pequeño número de quienes cometen delitos. Además muchas delitos muy graves terminan en una escandalosa impunidad (LAPA, Río Tercero, ¿Ciccone? entre otros).

Si las reglas de juego existen pero se exacerba la conducta de incumplirlas por las constantes agresiones mutuas y la ausencia de instancias para vigilar su cumplimiento y castigar a quienes no lo hacen,  el rugby que vemos en la cancha o la televisión aparece como un dulce y tierno deporte  comparado con el que juegan a diario los argentinos.

1 comentario

  1. Rubén Esteban Cabo

    comparto las ideas, y quisiera agregar que en el rugby se respetan las reglas de juego porque así fueron «formados» sus jugadores. La incógnita es cuál es la «formación» de los ciudadanos que generamos la realidad descripta por Aldo. Cada día estoy más convencido que la revolución es social, y comienza en la educación-formación de los valores básicos del ser humano, comenzando por el respeto hacia la vida propia y la de los demás.

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