Publicado en Clarin, 3 de Octubre de 2025
Baja inflación, superávit fiscal y dólar controlado. Así se llegó a las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires. No obstante, el gobierno recibió una derrota contundente que producida en un contexto de estabilidad cambiaria debería, en teoría, haberle brindado un resultado positivo. Sin embargo, dicha estabilidad se desvaneció exponiendo que el sistema cambiario era frágil y así, actores grandes, medianos y pequeños (“alias, los mercados”) reaccionaron con una suba sostenida del dólar, forzando al Banco Central a realizar ventas masivas de reservas y provocando un aumento muy significativo del riesgo país.
El expreso apoyo del Tesoro y del Gobierno Norteamericano, de los que hay que esperar aún las formas concretas de implementación, han operado una relativa calma financiera; pero la lección es clara: en la coyuntura que vivimos, el control de las variables macroeconómicas no puede darse por cierto ni considerarse suficiente para posibilitar triunfos electorales
Por ello, aquella derrota y sus consecuencias obligan a una introspección sobre las verdaderas causas de lo ocurrido, las que son más profundas y van más allá de la situación cambiaria. El problema no es solo económico sino, como muchos señalan, fundamentalmente político. De hecho, no solo la economía exhibe fragilidad sino que en el terreno de la política, esta fragilidad es aún mayor, conteniendo crisis de representatividad, polarización de extremos, apatía ciudadana, fragmentación partidaria e internas desatadas en diferentes espacios.
Las sucesivas derrotas legislativas del Gobierno han puesto al descubierto las falencias de la estrategia del «Ir por Todo». La falta de capacidad para construir consensos amplios ha aislado al oficialismo, dificultando la gobernabilidad y erosionando su base de apoyo. La resolución a este panorama, por lo tanto, recae en el dogma: «Es la política, estúpido»; es decir, para salir de este atolladero, el gobierno se enfrenta a la imperiosa necesidad de modificar sustancialmente su accionar político, lo que implica el abandono de pretensiones hegemónicas.
Pero a mi juicio, la vía para construir un futuro previsible y aprovechar las grandes ventajas competitivas del país para lanzar un potente proceso de crecimiento económico no es solo “tender puentes”. Se ha profundizado demasiado la desconfianza entre el Gobierno y quienes lo apoyaron en sus comienzos. Por ello la corrección no debe ser cosmética. No se trata de simples acuerdos puntuales o de la incorporación testimonial de algún ministro proveniente de otras fuerzas políticas. La verdadera transformación requiere una apertura profunda: se trata de abrir el Gobierno para convertirlo, genuinamente, en un gobierno de coalición amplia. Me temo que, de no ser así, no será posible generar la confianza suficiente para salir del atolladero en el que estamos y correremos serios riesgos de nuevos episodios críticos y así de una nueva oportunidad perdida.
Este cambio de mentalidad y de práctica tiene un doble propósito: hacia el interior del país, generando confianza y previsibilidad. Hacia el exterior, enviando una señal inequívoca de que el país tiene un futuro previsible y una dirección clara.
La idea libertaria que la tarea de ordenar la macro es suficiente para desencadenar la inversión y la producción es una quimera. La intervención del Estado es necesaria para que ese proceso no sea caótico, debiendo utilizar sus políticas para orientar el proceso hacia el aprovechamiento y estímulo de ventajas competitivas del país y hacia el bienestar de la ciudadanía. La tarea requiere de un liderazgo que realice un trabajo fino y hábil en la conducción del Estado. Al equilibrio macroeconómico hay que sumar una estrategia de crecimiento y repensar los esquemas distributivos para llegar en primer lugar a quienes están en mayor situación de vulnerabilidad.
Así, el esfuerzo debe lograr conducir el barco, no solo sin alienar millones de tripulantes sino ganando nuevamente una esperanza que comienza a agotarse. Es necesario señalar que la paciencia que la sociedad argentina viene demostrando en el pasado es de mecha corta. Más diálogo, más empatía, no más insultos, no más arrogancia, no más prepotencia, no más impericia. Basta de atacar a quien piensa, habla o escribe lo que al gobierno disgusta. Hay muchísimos ciudadanos cansados de quedar encerrados en el bamboleo entre extremos.
El desafío es mayúsculo. La pregunta del millón es si este gobierno, cuyos pergaminos no favorecen este camino, será capaz de dar tal golpe de timón y abrazar la necesidad de una coalición amplia para la estabilidad y el crecimiento del país. La respuesta no debería demorar. Cuanto antes, mejor. De no ser así, seguramente habrán respuestas superadoras en algún momento del futuro pero el sufrimiento que podrían ocasionar las turbulencias de la transición debería ser evitado.
Dificil amigo. Sin embargo no habra que renunciar a construir un camino que supere grietas, antagonismos. Sin politicas a largo plazo no se pueden solucionar los problemas estructurales. Tendremos que sumar voluntades.
Estimado Aldo, desde mi punto de vista la construcción de una opción de coalición amplia decididamente no es posible sobre la base del actual gobierno. El presidente actual está muy lejos de ser alguien capaz de liderar ese proceso, habida cuenta de sus enormes limitaciones, que no solo se expresan en sus formas de comunicar y de vincularse con otros, sino en sus muy acotados aportes ideológicos y sus peligrosos compañeros de ruta. Es un presidente lamentablemente elegido por un tercio de la población, aunque por el efecto de las segundas vueltas se diga que fuer más de la mitad de los votantes, que reniega del Estado, de la identificación con lo nacional y que se alinea,
no se sabe si por pragmatismo estúpido, por inconsistencia e ignorancia teórica, o peor aún, por compromiso visceral, acríticamente con EEUU e Israel en un mundo que exige multilateralidad. No es solo empatía y diálogo lo necesario, resulta imprescindible, desde mi visión, concordar en conceptos ideológicos básicos que se expresen en líneas de acción de gobierno que centren su atención en la educación, la ciencia, la investigación, y sobremanera, en la producción y el trabajo, como medio para establecer un país soberano (concepto borrado del diccionario libertario) con inclusión y capacidad de construir Justicia Social.
Excelente artículo. Al gobierno actual, los consensos y alianzas podrían estabilizarlo. Pero la particular subjetividad del presidente le impide ese giro. Duro dilema.
Excelente en forma y contenido..creo que no sucederá
…abz…
Este gobierno que prefiere la mafia al Estado, si pierde estas elecciones de mitad de término, hará mucho daño a la soberanía y a la República. Respecto de una amplia coalición: únicamente, firmando un convenio de estricto cumplimiento, lo cual es imposible. Abrazo