Publicado en Diario Perfil, 4 de Septiembre 2025
Imaginemos el consorcio de un edificio que posee servicios centrales de agua caliente y calefacción, y un gran número de departamentos que requiere el funcionamiento de varios ascensores. Los propietarios de ese consorcio acaban de designar a un administrador que los convenció de que era necesario desarmar la administración —que él mismo asumiría— para dejar en manos de los propietarios el manejo del consorcio. Pero, además, les aseguró que era necesario destruir al consejo de administración, dominado por una “casta” de propietarios que se apropiaban de recursos del consorcio para su propio beneficio y para gastarlos en cosas superfluas.
No es difícil imaginar qué sucedería si el termotanque que provee agua caliente, la caldera que brinda calefacción o los ascensores que permiten el movimiento en los doce pisos del edificio sufrieran desperfectos o, peor aún, colapsaran. ¿Quién se encargaría de resolver los problemas? ¿El jubilado del 12° A que dispone de tiempo, aunque no entiende del asunto?, o ¿el ingeniero del 4° C en algún rato libre que le deje su demandante profesión? No sería de extrañar entonces, que los escaldados consorcistas buscaran rápidamente un administrador dispuesto a cumplir con su tarea, esperando que haga funcionar bien las cosas y que abandone gastos superfluos
					
					
					
					
					
					
					




